Lo que callamos
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Martes. Abrís los ojos. «Cinco minutos más», pensás, suspiro de por medio. El piso sigue estando helado. En el baño, te mirás al espejo. Te duele la garganta. Abrís la boca e intentás ver algo. Nada. Corre el agua de la ducha y vos pensás en todo lo que falta para el viernes. «Esta fiesta recién empieza». Tu jefe no te grita y, aun así, tu día no es mejor que el anterior. En tu casa discutís con la voz anónima al otro lado del teléfono que te explica que estás pagando un servicio que no tenés. Sabes que no es su culpa, así que te tragás la ira. Y apenas es martes.
Miércoles. Abrís los ojos. «Cinco
horas más, cinco minutos es poco». El piso es una fina capa de hielo. El espejo
del baño te devuelve el reflejo de una persona agotada. Todavía te duele la
garganta. Ahora le sumamos dolor de cabeza. Dos pequeñas desgracias por el
precio de una. ¿Qué más querés? Tus nueve horas de trabajo son una tortura,
pero estás contento porque esa noche ves a tu novio. Tu novio, que se pasa la
mitad de la cena prendido al celular. Tu novio, que te pregunta cuándo vas a
volver al gimnasio. Tu novio, que no se acuerda que ese día cumplen seis meses
juntos. Te ahogás en tu propia angustia.