miércoles, 21 de octubre de 2020

Bang, estás muerta (Parte I)

He aquí un pequeño preview de lo que es Vidas perfectas. ¡Que lo disfruten!

CAPÍTULO 1

Bang, estás muerta

 

I


Photo by ian dooley on Unsplash

Aquella noche de sábado, la música sonaba a todo volumen en la casa de la familia Torres, ubicada en la calle Manzanares al 1148 del exclusivo barrio privado Campos de Edén. Dentro, los adolescentes bailaban sin cesar, frenéticos, mientras el alcohol pasaba de mano en mano sin absolutamente ningún tipo de supervisión adulta. El típico calor de febrero había logrado, incluso, que los más osados se animaran a sumergirse en la enorme piscina del patio trasero en ropa interior.

Se suponía que iba a ser una noche perfecta. Y lo fue. Al menos hasta que alguien me disparó en la cabeza.

A mi cuerpo lo encontró Sabrina, mi hermana mayor. No se suponía que Sabrina estuviera en casa esa noche. Más temprano esa mañana me había comentado que se iba a juntar con algunas compañeras de la facultad de Medicina para estudiar. Tenía un final muy importante el lunes a primera hora y, obsesiva como era con sus notas, no estaba dispuesta a sacarse nada menos que un diez. Ni siquiera se imaginó, en aquel entonces, lo inconveniente que resultaría mi muerte para sus planes.

Eran alrededor de las cuatro de la mañana cuando Sabrina decidió bajar a la sala en su pijama, con los apuntes de Anatomía bajo el brazo. Se había acostado hacía apenas una hora con la intención de descansar un poco, pero la música que provenía de la casa de los Torres le impedía concentrarse. Hubiese bastado con cerrar la ventana para aislar por completo el ruido, por supuesto; pero mi hermana siempre había sido un tanto adepta al dramatismo.

No fue sino hasta varios minutos después, cuando dejó los apuntes a un lado y se dirigió a la cocina a buscar un vaso de agua, que Sabrina advirtió algo extraño. Los reflectores del patio trasero estaban prendidos. Aquello le resultó curioso, así que dejó el vaso de agua que se había servido a un costado y salió de la cocina por la puerta trasera. Lo primero que notó fue que el jacuzzi estaba prendido y que había una botella de vino y dos copas en el borde, una a medio beber.

Y entonces lo vio. Mi cuerpo sin vida, tendido en el suelo, sobre un enorme charco de sangre. Le tomó un par de segundos procesar la imagen, llevarse las manos al rostro y soltar un grito cargado de horror.

¡Seguí leyendo!


Franco E. Albrecht

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